EL GUATACA, CHICHARRÓN TRACATÁN ,O PELOTA –da lo mismo– es un tipo social tan viejo como el hombre. La guataquería es una actitud repulsiva, pero reporta tantos beneficios al guataqueado que hay que admitir que los guatacas son seres indispensables. Así como la materia orgánica en estado de descomposición genera gusanos, dondequiera que se ejerce autoridad se multiplican los tracatanes. Son como partes de una plantilla extraoficial de la oficina del jefe. Y mientras más notable es el jefe, más chicharrones. Los guatacones se lo disputan, se odian entre sí –aunque lo disimulen– y establecen discretas y sutiles competencias para demostrar cuál de ellos es el más eficiente, es decir el más guataca. No se sabe ciertamente sobre el origen de los tracatanes. Parece que eso viene de nacimiento, pues ¿cómo se explica que haya niños que antes de saber leer y escribir ya estén atentos al que va a tirar la tiza, elque se hizo pipi en el pupitre o echó el papel en el suelo y no en cesto |
para decírselo al maestro? Generalmente el chicharrón es un ser a quien la vida –por tal o cual circunstancias– le ha echado tierra y dado pisotón. Son como estrellas apagadas que perdieron su luz propia, y se limitan a ser como la mano derecha del jefe. Sin embargo, la guataquería no es solo una costumbre apreciada entre las personas sin rango. Hay jefes que también son guatacones. De ahí que una escala jerárquica de dirigentes sea como un escalafón de chicharrones, donde los de abajo les guataquean a los de arriba, aunque siempre existan sus excepciones. A fuerza de ser tan servidos y recibir tantos favores, hasta los buenos jefes se acostumbran a vivir rodeados de esas moscas que son los chicharrones. Y si algún subordinado no lo hace, el jefe supremo confunde esa entereza de principios de quienes no son tracatanes como una falta de consideración hacia su persona. Por eso a veces cuesta ser como se debe o decir lo que se piensa, sobre todo cuando eso que se piensa no se aviene a la opinión, el gusto o a los planes del jefe. Este es el momento en que los que no son chicharrones empiezan a ser considerados como la papa podrida del saco, el sujeto inconveniente, el rebelde “sin causa” (aunque la tenga). Y lo mascan pero no lo tragan, y si lo tragan es para que los ácidos estomacales lo disuelvan. No forma parte del clan, del grupito…, no es ni puede ser –como Los Van Van- de la Gran Escena, ya que en la Gran Escena casi solo pueden figurar los chicharrones con sus máscaras y roles turbios, sus ansias de poder y de presumir que es un miembro de la corte del jefe. Lo peligroso del guataca es que el jefe le da tanta ala –o él se la coge– que llega a creerse un montón de cosas; y va y viene con soberbia por el taller o las oficinas, dando órdenes a diestra y siniestra. Y lo peor es que, como el jefe casi nunca ve más allá de sus narices atareado en leer y firmar documentos, los guatacones se dedican a mirar y escuchar para luego informarle sobre lo que es y lo que no es, con cuyas versiones socavan prestigios bien ganados, ya que detrás de todo chicharrón se oculta un envidioso. La guataquería es la reminiscencia moderna de la esclavitud. Y como en toda peligrosa relación de servidumbre, el siervo le sirve al amo en todo, pero le esconde una carta por si las moscas y algún día la balanza ya no se inclina de su lado, echarla sobre la mesa. Y eso es lo peor del guataca, que es un ser sin patria ni bandera. Del último que llega. A pesar de todo, la guataquería es indestructible. Persistirá con cada una de las formas en que se manifiesta el poder. La vida es una curiosa lucha de relaciones. Bien la han comparado con un juego de ajedrez cuya dinámica se basa en una serie de movimientos inspirados por sutiles estrategias. La posición del guataca en ese juego es la del peón que ansía llegar al otro lado del tablero para que lo conviertan en una pieza fuerte, y no hay más cuento. El chicharrón es un parásito aferrado a la piel de ese vasto mundo de la jerarquía y de la autoridad; pues no hay tracatanes que les guataqueen a las personas sencillas ni de buen corazón pero humildes, ni guatacones de personas talentosas pero sin fortuna. No hay guataca que labore en las tierras poco fértiles de la pobreza material y la humildad de espíritu, porque de ahí nada saca el guatacón de provecho |
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