LA PAZ DEL PERDEDOR ES EL TRIUNFO
Cincuenta años luchando te dejan un . Salado de sudor. Salado de lágrimas. Salado de costa y de mar. No siempre dulce, salado.
Te tiene que gustar la sal, porque este océano es salado. Y cuando abres la boca para respirar, el aire te sabe a mar. Que te entra a borbotones al hablar, por eso es mejor casi siempre quedarse callado.
Los ojos enrojecidos, los labios amoratados, los brazos y las piernas cansados. Frío en el cuerpo y el corazón encogido. Deslumbrado por un sol que te recuerda que no has llegado, que te quedan millas y unas cuantas secuencias , y muchas veces que te vas a ir sin haberlo logrado.
Entonces lo tienes claro. Aceptas lo vulnerable que eres aunque te hayas preparado
Dejas de querer flotar. Le devuelves el peso a tu cuerpo y te entregas a donde te quiera llevar. Al fondo de la pérdida. A lo más hondo de la ausencia. Al aparente descenso en picado de las ganas. Al olor de la hierba .
En apariencias Has perdido. Te han vencido.
Hay una nueva generación de acroyoguis más fuerte, más joven, más lanzados y más motivados. Van a saltos. Se saltan pasos. Se tiran de cabeza mientras tú mides la profundidad, y ya sin tanta fuerza como antes, vuelves de nuevo a la orilla y dejas que se seque en tu piel la sal.
Otra batalla que parece perdida. Otra conquista enmudecida. Otro silencio que va a quedar.
Estoy en esa paz. La del guerrero aguerrido que dejó de mover sus brazos para beberse el mar. No le supo salada el agua, le supo infinita, eterna como su hogar. A veces vencer equivale a dejarse ganar
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