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Hablar de amor es muy complicado....
En el siglo XXI nos encontramos frente a nuevos paradigmas, modelos y formas de ser, que nos plantean el amor desde una perspectiva desafiante...¿Cómo amamos en el siglo XXI? La pregunta resultaría retórica, sin embargo, en estos tiempos marcados por una dinámica arrolladora de sentimientos y lealtades; mediada por intereses, o superficialidades que dejan a un lado la ilusión y la esencia más noble y genuina del ser humano, entender y asumir el amor se convierte en un acto de valentía, y más que todo de decisión.
Y no se trata de decidir cómo ni cuando, sino sencillamente, de decidir asumirlo o no, porque el camino no será sencillo. El sentimiento ha de probarse a cada minuto, más allá de las infidelidades o circunstancias problemáticas, el amor se debe probar desde el compromiso de querer "querernos".
Paradójicamente en el siglo XXI estamos transitando y aprendiendo al mismo tiempo. Nos encontramos frente a maneras de concebir nuevos paradigmas, modelos y formas de ser, de transitar la existencia: de lo compulsivo vamos hacia la intervención; o de lo avasallante a la comprensión y a la escucha.
En parejas y solteros, se hace imprescindible la autenticidad, saber que los dos son importantes, necesarios, se complementan, quieren vivir en y con amor, y tienen esperanza de conseguirlo.
Sin embargo, desde esta convicción hay que estar conscientes de que nada es exclusivo porque sí. En las relaciones se es responsable de acceder a un pacto de lealtad, porque estar juntos no implica ser únicos para cada quien.
Más allá del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor como el cuidado, la responsabilidad y el conocimiento.
Este sentimiento se distingue por la reciprocidad de los amantes, la intensidad y duración del mismo, y el nuevo juicio de valor que implica.
En el siglo XXI poco a poco comienzan a revelarse nuevas y auténticas maneras de sentir y amar, dando espacio a la individualidad y al respeto, como complementos al placer de estar juntos, y trazar proyectos comunes.
Atrás van quedando las ideas de que una persona es el remedio para la felicidad del otro ser. El amor romántico parte de la premisa de que somos una parte y necesitamos encontrar nuestra otra mitad para sentirnos completos.
Pero estas reacciones a nivel social nacen como respuesta a los procesos de despersonalización que, históricamente, había alcanzado a no pocas parejas que asumieron las relaciones como una situación de sumisión, en especial la mujer.
En la actualidad las personas van perdiendo el miedo a estar solas y aprenden a vivir mejor consigo mismas. Se sienten parte de una relación sin dejar de sentirse enteras, porque amor no significa estar dependientes a esa otra mitad.
Por otra parte, el concepto de amor como necesidad se cambia por el amor de deseo, o sea, me gusta y deseo la compañía, pero no la necesito para poder vivir, lo que es muy diferente.
En contraposición, las relaciones de dominación y de concesiones exageradas son cosas del siglo pasado. Cada cerebro es único, por tanto nuestro modo de pensar y actuar no sirve de referencia para evaluar a nadie.
Entonces no hay por qué temer a la soledad como espacio para el reencuentro y crecimiento. Este es el momento para establecer un diálogo interno y descubrir su fuerza personal.
En la soledad se entiende que la armonía y la paz de espíritu sólo se pueden encontrar dentro de uno mismo, y no a partir de los demás. Al percibir esto, nos volvemos menos críticos y más comprensivos con las diferencias, respetando la forma de ser de cada uno.
Así, el amor se transforma para dos personas enteras, o sea de dos seres que se encuentran, y deciden hacerlo.
Y no se trata de decidir cómo ni cuando, sino sencillamente, de decidir asumirlo o no, porque el camino no será sencillo. El sentimiento ha de probarse a cada minuto, más allá de las infidelidades o circunstancias problemáticas, el amor se debe probar desde el compromiso de querer "querernos".
Paradójicamente en el siglo XXI estamos transitando y aprendiendo al mismo tiempo. Nos encontramos frente a maneras de concebir nuevos paradigmas, modelos y formas de ser, de transitar la existencia: de lo compulsivo vamos hacia la intervención; o de lo avasallante a la comprensión y a la escucha.
En parejas y solteros, se hace imprescindible la autenticidad, saber que los dos son importantes, necesarios, se complementan, quieren vivir en y con amor, y tienen esperanza de conseguirlo.
Sin embargo, desde esta convicción hay que estar conscientes de que nada es exclusivo porque sí. En las relaciones se es responsable de acceder a un pacto de lealtad, porque estar juntos no implica ser únicos para cada quien.
Más allá del elemento de dar, el carácter activo del amor se vuelve evidente en el hecho de que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor como el cuidado, la responsabilidad y el conocimiento.
Este sentimiento se distingue por la reciprocidad de los amantes, la intensidad y duración del mismo, y el nuevo juicio de valor que implica.
En el siglo XXI poco a poco comienzan a revelarse nuevas y auténticas maneras de sentir y amar, dando espacio a la individualidad y al respeto, como complementos al placer de estar juntos, y trazar proyectos comunes.
Atrás van quedando las ideas de que una persona es el remedio para la felicidad del otro ser. El amor romántico parte de la premisa de que somos una parte y necesitamos encontrar nuestra otra mitad para sentirnos completos.
Pero estas reacciones a nivel social nacen como respuesta a los procesos de despersonalización que, históricamente, había alcanzado a no pocas parejas que asumieron las relaciones como una situación de sumisión, en especial la mujer.
En la actualidad las personas van perdiendo el miedo a estar solas y aprenden a vivir mejor consigo mismas. Se sienten parte de una relación sin dejar de sentirse enteras, porque amor no significa estar dependientes a esa otra mitad.
Por otra parte, el concepto de amor como necesidad se cambia por el amor de deseo, o sea, me gusta y deseo la compañía, pero no la necesito para poder vivir, lo que es muy diferente.
En contraposición, las relaciones de dominación y de concesiones exageradas son cosas del siglo pasado. Cada cerebro es único, por tanto nuestro modo de pensar y actuar no sirve de referencia para evaluar a nadie.
Entonces no hay por qué temer a la soledad como espacio para el reencuentro y crecimiento. Este es el momento para establecer un diálogo interno y descubrir su fuerza personal.
En la soledad se entiende que la armonía y la paz de espíritu sólo se pueden encontrar dentro de uno mismo, y no a partir de los demás. Al percibir esto, nos volvemos menos críticos y más comprensivos con las diferencias, respetando la forma de ser de cada uno.
Así, el amor se transforma para dos personas enteras, o sea de dos seres que se encuentran, y deciden hacerlo.
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